Autor: Profesor Melone
Esta nueva entrada del blog
parte del recuerdo de aquellas conversaciones de entre mesa de un día domingo
cualquiera de nuestra infancia, en que los mas viejos, y sabios, evocaban
recuerdos de jugadores de fútbol que vieron en su juventud.
Recuerdos de jugadas
imposibles, de defensores rudos, mediocampistas virtuosos que no llegaron mas
lejos vaya uno a saber porque, y de delanteros exquisitos que hoy podrían jugar
en cualquier equipo.
En uno de estos domingos perdidos
en el tiempo escuche hablar de un jugador al que le decían “milonguita Heredia”,
jugador de Universitario, Belgrano, Rosario Central y que después dio el salto
al Barcelona de Cruyff, en donde no solo jugo y buen, sino que fue ídolo, de la
plata que gano la dilapido ayudando a sus amigos y de como estos desaparecieron
cuando los tiempos no fueron buenos.
Los viejos decían que era muy buen jugador, pero que su padre era mejor, Estamos hablando de Juan Carlos “La milonga” Heredia.
Hecha esta introducción vamos a intentar escribir una breve biografía de este jugador, al cual el paso del tiempo amenaza de borrar de la historia.
Nació en la ciudad de Córdoba,
Argentina el día 28 de abril de 1922 y falleció el 21
de abril de 1987 a los 64 años de edad.
El primer cuadro en el que
despunto el vicio por la de cuero fue “Independiente” (Club de barrio de la
ciudad de Córdoba).
En 1934 ingreso a Talleres de
Córdoba, donde comenzó su carrera en al 5ta división, en las inferiores de
dicho equipo se desempeño como insider derecho (Mediocampista derecho), recién
en 1939 jugando en la primera paso a jugar de wing derecho (Número 7).
Ese año fue una de las figuras del equipo que se consagro campeón invicto de la liga cordobesa.
En 1940 Rosario Central compro
su pase por $10.000, ese año fue él de la consagración internacional, jugando
en segunda división fue citado a la selección nacional para jugar un partido
contra Uruguay por la 4ª edición de la Copa Héctor Rivadavia Gómez, partido
jugado el 18/07/1940 que termino con la victoria 3 a 0 de la escuadra oriental.
En Rosario Central durante un
partido contra Colegiales se lesiono la rodilla, por lo cual estuvo 8 meses sin
jugar.
En 1942 nuevamente fue citado por la selección nacional para disputar el campeonato sudamericano (17.ª edición) celebrado en Uruguay, torneo en el que disputaría 5 partidos, marcando un gol ante Perú (Argentina 3 – Perú 1), Argentina terminaría en la segunda posición por debajo del equipo anfitrión.
En 1943 paso a San Lorenzo de Almagro,
equipo en el que jugo hasta 1944, al año siguiente volvió a su ciudad natal para
jugar en el Club Universitario.
A nuestro modo de pensar existen tres teorías acerca del apodo “milonga”, más que todo si tenemos en cuenta la época histórica en que jugo, un fútbol más bohemio lejos de la hiper profesionalización del presente.
Bien le pueden haber puesto “Milonga”
por el amor a la noche y sus placeres, alcohol, las mujeres y el baile (Tango,
milonga).
O bien podría ser que el mote de
milonga (género musical similar al tango) se lo hayan puesto por ser un jugador
habilidoso que “bailaba a sus rivales”.
También podemos tomar la palabra
milonga como sinónimo de “engaño, mentira, embuste, patraña” y nos da la idea
que a puro amague lograba engañar a los defensores rivales.
Existe la posibilidad de una
tercera opción, como nombramos mas arriba, relacionada con el contexto de su época,
bien podría ser milonga por una mezcla de ambas ideas desarrolladas, teniendo
en cuenta lo que se cuenta sobre un jugador contemporáneo a la milonga, nos
referimos al “Charro Moreno” de quien se decía que después de salir de farra la
noche previa al partido, sin dormir almorzaba los ravioles de la madre y después
en la cancha se comía crudo a los rivales. Bien podría esto tener que ver con
el apodo.
En una revista partidaria del
Club San Lorenzo (El Ciclón N°8 de 1943) como un wing derecho clásico, con
desborde y velocidad por la franja de cal, con la capacidad de poner la pelota
a la carrera en la línea del área chica para que los delanteros tengan que
empujarla al arco, de hecho, en Universitario estaba la frase: “Centro de Heredia
gol de Tanquia”.
Anécdota contada por el hijo
de Andrés Kasparian (Jorge Kasparian) en su muro de Facebook
Cinco Chicos
“…Yo hacía ya un tiempo que había pasado de
Peñarol a Talleres, era un pendejo con toda la polenta encima, estaba diez
puntos físicamente y jugaba fuerte y para que te voy a mentir, iba camino a ser
un criminal; sabía que el domingo jugábamos contra La “U”, yo ya me había
asentado como titular, el Gordo Butori, que para mí fue el más grande de todos
los técnicos que tuve, me agarró antes de salir a la cancha y me dijo: Andrés,
lo tenes que marcar a la Milonga Heredia, esta grande, es mañoso, se las sabe
todas, no te confíes que es un crack; me estaba hablando de La Milonga Padre,
el hijo fue otro crack, para nosotros fue la Milonguita…”
Yo lo miraba, siempre lo
miraba, como cuando íbamos juntos a la cancha.
“…Empezó el partido y yo no
lo perdía de vista, lo encimaba, no le dejaba agarrar la pelota, no lo dejaba
girar, La Milonga era inteligentísimo, recibía de espalda y tocaba y amagaba
que salía para un lado y se iba para el otro: pasaron 15 o 20 minutos y yo
tenía todo controlado, hasta que en una jugada, me encaró con pelota dominada,
amagó para un lado, pasé de largo y salió con una elegancia tremenda para el
otro costado; en la jugada siguiente, paró la pelota, la dejo al medio, entre
nosotros dos, amagaba y amagaba, movía las piernas, quebraba la cintura y en
cuanto respiré, tremendo caño me hizo”.
Lo seguía mirando y pensaba
el baile que se tiene que haber comido, pero no lo decía nada.
“…pasó un rato, el Manco Pérez
hizo un cambio de frente, me adelante a la jugada y en el momento que La
Milonga estaba por recibir, de espaldas, me tiré con los dos pies para
adelante, se dio cuenta, salto y le pase por abajo, arrancando el pasto, pasé
la línea de cal, casi caigo en el pozo del banco de suplentes; me levanté, lo
miré de costado, se hizo el oso…”
Me cruce de brazos
esperando lo peor, cada vez que alguien me presentaba en un grupo de veteranos
futboleros en algún bar, ¿me decían “…vos sos hijo del Andrés?, pasaba la pelota,
pero no el hombre; Rusito, deci que no había condena por crímenes adentro de la
cancha, sino a tu viejo le daban perpetua…” y arrancaba un coro de carcajadas y
abrazos.
“…volvió a recibir la
pelota y en cuanto giró, fui con toda la furia y rechacé la pelota antes que la
tocara, decí que justo sacó el pie, sino volaba a la tribuna también,”
Me imagino que en la jugada
siguiente termino en la Guardia del Clínicas, le dije
“…no Ruso, no hubo
siguiente, era un viejo tan noble y tan vivo, que se acercó y me dijo: Andrés,
no me pegues, que tengo cinco chicos para alimentar…”
¿Y vos que hiciste?, le
pregunté
“…Nada Ruso, yo era un
criminal, pero con códigos, no lo pegue una sola patada, la Milonga era un
caballero, se comportó como un señor, pasamos una tarde tranquila los dos, era
un crack y encima daba gusto verlos jugar, La U tenía un equipazo…”
El gran escritor cordobés Daniel
Salzano le supo dedicar unas palabras que a continuación trascribimos
“Heredia
¿Cuál Heredia? ¿El que jugó
en el Barcelona? No, el que jugó en la U.
La Milonga era un futbolista por todos los poros; incluso, cuando –después de haber colgado los botines– lo veías caminar por ahí en mangas de camisa… si se daba vuelta, esperabas ver su nombre y su número cosidos en su espalda.
Ojos chiquitos, liviano como la luz, escoliosis perceptible a simple vista y unas vanitas en la nariz que, cuando estaba pasado de alcoholes, se le ponían candentes como una lamparita de 100 vatios.
En el dialecto de la hinchada no era un jugador, sino una anguila de la talla cero, un avioncito, un ñandú-niño, un delantero que se deslizaba por la raya de cal como una boa y que a la hora de los bifes pensaba como una persona.
Abreviando: tenía un buen cerebro futbolístico… Era fácil ser hincha de la U cuando jugaba la Milonga.
Cuando ya estaba en menos diez, y por cualquier golpe lo sacaban en camilla, comenzaron a sugerirle la posibilidad de chupar banco.
Fue como pedirle a Clint Eastwood que cambiara la pólvora por cebita: “Yo no tengo madera de suplente”.
Los arqueros, los mejores, solían dar parte de enfermo cada vez que tenían que jugar contra Heredia.
Y no porque la Milonga fuera una máquina de embocar, sino porque sus goles eran una humillante mezcla de malicia y trigonometría.
Quiero decir que la pelota, antes de entrar, parecía, a lo Hitchcock, suspendida en el aire. La Milonga no pateaba los penales, los guiaba.
Retrocedía cuatro pasos y colocaba la pelota en el ángulo inferior a dos centímetros del poste. Todos conocían su fórmula, pero nadie era capaz de neutralizarla.
Era menudito y juntando sus dos canillas, no hubieran alcanzado para formar un tobillo de verdad. Y, además, nunca fue joven.
Desde que comenzó a jugar por los puntos se enroló en la fila de los clásicos: perfil bajo, medias caídas y, polis palas, dos cachetadas delante del espejo para dejar el pelo planchado, para atrás.
A ver, si me explico mejor: Heredia era de los que firmaba los autógrafos con lápiz.
Si era o no era verdad que, como a Moisés, lo habían rescatado de bebé de las orillas del Suquía, es una leyenda que a nadie le interesa rectificar.
En cambio, lo de su infancia dura, difícil y cargada de sobresaltos, lo corroboran los relatos de su hijo, otro Heredia bendecido por el don de la gambeta.
A los sobrenombres los inventa la gente, la tribuna. Y si son justos, jamás desaparecen. Le decías Milonga y te miraba. Le decías maestro y pasaba de largo.
Así trabajan con la fama los hombres que han aprendido a nadar sin conocer el agua. A veces, sobrado de alcohol, entraba a la cancha y levitaba como un fraile inmerso en sus ejercicios espirituales.
Pero de repente la Milonga cazaba una pelota y el fraile se convertía en Satanás, una para acá, otra para allá, paradina, hamaquinha y la pelota repulsada por aquel renacuajo cabezón cuyos suspensores rebalsaba como la crema de un merengue, trazaba un croquis del encanto…
Un caño de la Milonga tenía más metafísica que toda la metafísica. Así decía Walt Whitman”.
Varias preguntas sin repuesta posible nos deja lo poco que conocemos de la Milonga Heredia:
¿Jugaba mejor que su hijo?
¿A cuántos habrá bailado la
milonga?
¿A cuántos habrá sacado
goleadores?
¿Por qué después de jugar dos
años en San Lorenzo decidió volverse a Córdoba?
¿Hasta qué edad jugo?
¿Cuántas milongas se llevo al olvido
el paso del tiempo?
Dedicamos estas líneas a todos nuestros
padres, abuelos y bisabuelos que hoy no están y que en vida tuvieron el
privilegio de ver otro fútbol, mas noble, mas sano, sin tanto negocio turbio
por detrás, un juego por amor a la camiseta, a los colores, al barrio, a los
amigos.
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